Varias veces he salido huyendo, literalmente. Correr sin alguna dirección, pero haciéndolo tan rápido y desesperadamente como si la tuviera. En el camino siempre encuentro donde refugiarme por el momento, pero no encuentro lo que en realidad busco al salir huyendo.
Cuando era chica, mis vecinos, unos maleantes, tenían un pequeño gatito en su casa, todos los días yo veía como maltrataban al animalito, lo amarraban, lo golpeaban, lo lastimaban. Un día vi desde la ventana de mi cuarto como el gato brincaba la barda y se pasaba a mi casa, se escondió bajo las escaleras, con mucho cuidado fui por él, me costó trabajo agarrarlo, cada que yo intentaba tomarlo él se arrinconaba más y más, finalmente pude hacerlo y lo metí a mi cuarto, estuve acariciándolo y hablándole por un buen rato, se quedó dormido en mis piernas.
Al día siguiente los vecinos me vieron con el gato en los brazos he intentaron quitármelo a la fuerza, yo solo podía empujarlos. Finalmente uno de ellos dijo “ya déjenle a ese mugre animal”. Todo el tiempo tuve abrazado al gatito contra mi pecho, para mí era valioso y no iba a permitir que me lo quitaran.
Cuando pienso en las veces he salido huyéndo me veo a mi misma como aquel gatito, me doy cuenta que encontré donde esconderme, pero solo eso. Sigo en un rincón bajo la escalera.